Universidad de Jóvenes Emprendedores y Creativos

De la ruina al éxito en un año: la increíble historia de la ‘startup’ española Ducksboard

78 0 8 octubre, 2014

CARLOS OTTO Especial para EL MUNDO

A menudo, la línea que separa el fracaso del éxito empresarial es muy fina. Demasiado fina. Bastan cuatro o cinco detalles para que una trayectoria con carga descendente consiga remontar el vuelo y hacer que la empresa en cuestión consiga el éxito por el que tanto ha luchado. Más o menos, eso es lo que le ha pasado a la ‘startup’ española Ducksboard, que en algo más de un año ha pasado de estar a punto de cerrar a culminar una exitosa historia.

Ducksboard nace a principios de 2011. Es entonces cuando, después de haber pasado por otros trabajos, Diego Mariño, Jan Urbaski y Aitor Guevara se unen en Madrid para desarrollar una tecnología que, muy grosso modo, analice y visualice datos desde un panel de control que permite a las empresas monitorizar diversos tipos de métricas. En pocos meses perfilan su producto y lanzan un pequeño adelanto que, de manera sorprendente, consigue captar la atención de mucha más gente de la que esperaban. Parecían haber tocado la tecla exacta, y ahora miles de usuarios estaban deseando probar una tecnología que tenía muy buena pinta.

«Hemos dado con el producto, hemos dado con el público y los astros están alineados. Vamos a lograrlo. Vamos a montar una ‘startup’ tecnológica de primer nivel en España. A esto debe oler el éxito». Estas son las palabras de Aitor, que relata a día de hoy en su blog algunas de las primeras sensaciones que experimentó el equipo al haber generado tanto interés. Poco después, esos miles de usuarios comienzan a probar su producto.

Las cosas parecen marchar bien y, apenas un año después, en abril de 2012, Ducksboard lleva a cabo una ronda de financiación de 560.000 euros, una inversión que el equipo pretende dedicar a captar clientes. Su producto es lo suficientemente específico como para que España se quede pequeña, con lo que deciden que su mercado de potenciales clientes, sí o sí, está en el resto del mundo. Y, más concretamente, en Estados Unidos.

‘Hay que generar negocio… y no lo consegimos»

Sin embargo, y a pesar de la sustanciosa inyección económica, las cosas empiezan a ponerse feas. Con el paso de los meses, Ducksboard cuenta ya con un equipo de ocho personas y unos recursos visiblemente mayores, pero los resultados no acaban de llegar: «El servicio lleva un año lanzado en producción. Ya no somos unos tipos tirando de pura ilusión en un ático: tenemos financiación, equipo, oficina, clientes, responsabilidad, expectativas, nóminas y facturas que pagar… Hemos de generar negocio en torno a nuestro producto para justificar semejante despliegue. Y no lo estamos consiguiendo», cuenta Aitor.

¿A qué se puede deber este bajón? «La acogida comercial no es la que habíamos anticipado. Ni de lejos. Mucha gente se acerca a probar Ducksboard, pero son pocos los que finalmente deciden pagar por usarlo». Y al final, los esfuerzos pesan: «La motivación salvaje de los inicios se ha diluido. (…) Estamos cansados, nos sentimos derrotados. Queríamos demostrar nuestra valía. A nosotros mismos y al mundo. Y ahora mismo sentimos que le hemos fallado a mucha gente. A los inversores, a nuestros compañeros, a nosotros mismos…».

‘Estamos cansados, quizá haya que cerrar’

Estamos en febrero de 2013 y la realidad pinta mal, muy mal: quizá haya que cerrar Ducksboard. La sede de la empresa ahora está en Barcelona, pero el equipo se hace la pregunta maldita en Logroño: «Hay muchos temas sobre la mesa, pero el verdadero elefante en la habitación, la razón por la que nos hemos juntado aquí, lejos del resto de compañeros, no acaba de hacer acto de presencia. Nos falta valor». Y es que «nunca es fácil pensar en el cierre de tu empresa. Cuesta deshacerse de dos años de esfuerzo así como así. Pero tampoco queremos ser uno de esos zombis que no sabe que está muerto, cuando todos los demás sí. Mejor morir con cierta dignidad. Mejor dejarlo cuando aún tienes cierto control».

La decisión genera debate entre el equipo: «Marta no está de acuerdo, cree que es precipitado. Pero Diego, Jan y yo estamos muy cansados, muy desilusionados. Nada quema más que no obtener resultados por más cabezazos que te des contra la pared», asegura Aitor.

La inyección moral (y económica) de los inversores

Fue entonces cuando, contra todo pronóstico, llegó el espaldarazo más necesario (y quizá inesperado): el apoyo emocional de sus inversores. Porque a menudo suele dibujarse a los inversores tecnológicos como entes sin alma más preocupados por la rentabilidad que por el equipo, pero, en esta ocasión, los inversores de Ducksboard les dieron la inyección moral que necesitaban: «Sin la operación de rescate anímico no hubiésemos salido del fango. Nos hicieron entender que nuestros números no eran ni de lejos lo malos que creíamos que eran, y vimos la luz».

Con la luz al fondo, los resultados empezaron a mejorar: los clientes aumentaban, la calidad del producto se hacía más evidente y el equipo empezaba a ver el futuro con algo más de optimismo. Este positivo cambio de rumbo se vio impulsado por una nueva ronda de financiación, que fue liderada por varios de sus inversores iniciales y en la que también dieron entrada a capital procedente de Estados Unidos. Un espaldarazo moral y económico que, a partir de entonces, el equipo de Ducksboard invirtió en lanzar una mejoradísima versión de su ‘software’ que incluía una serie de componentes y características que les otorgaba un verdadero valor añadido. Pese a todo, y aun con la inyección económica, la rentabilidad de la compañía seguía planteándose complicada.

El día clave: ‘¿Escribimos al CEO de New Relic?’

Pero, de repente, todo empezó a cambiar un día en la oficina. La empresa New Relic anuncia una nueva versión de su proyecto, y Aitor piensa que el producto de Ducksboard encajaría perfectamente dentro de ese proyecto. «Llego a bromear sobre el asunto: deberíamos escribir al CEO de New Relic para ofrecer nuestros servicios. Por suerte, Diego y Pierre coinciden en que, lejos de un chiste, es algo que debemos hacer. Dicho y hecho, enviamos ese mail. Total, no se pierde nada por probar», cuenta Aitor en su blog.

Y el experimento salió bien. Muy bien. Varias conversaciones después, nuestros tres protagonistas cogen un avión a Portland. Es 2 de mayo de 2014, Aitor, Diego y Jan se disponen a reunirse con New Relic: «Tenemos claro lo que nos jugamos en esa reunión. No hemos creado un gran negocio, pero creemos que sí un producto con un gran potencial, y podemos darle mucha más salida dentro de una organización potente como New Relic. Si les enamoramos y deciden adquirirnos, Ducksboard puede tener un futuro brillante por delante».

2/5/2014: la reunión más importante de sus vidas

Pero, ¿y si la reunión no sale bien? «Si no, se nos acaban las oportunidades. Nuestros socios nos sacaron una vez del atolladero, pero no podemos vivir exclusivamente de su fe. Esta es la reunión más importante que Diego, Jan y yo hemos tenido. Y eso impone».

Momento de la firma de la venta de la empresa.
Por suerte, todo sale redondo. Tras varias horas de reunión, «cada vez es más patente su interés, le ven sentido a todo esto, les gustamos. Hay dudas sobre nuestra situación geográfica, pero estamos tremendamente alineados. Buscaremos soluciones, somos flexibles, haremos que funcione. Ellos buscan gente que pueda crear productos en el mercado de análisis de datos, y nosotros a quien pueda vender nuestro software. Todo encaja. Al final, es un día redondo. Salimos de allí exultantes, convencidos de haber dado el máximo, orgullosos de nuestro rendimiento».

New Relic compra Ducksboard

Tras un sinfín de nuevas conversaciones, esta semana se ha hecho oficial: New Relic ha decidido comprar Ducksboard. La ‘startup’ de Diego, Jan y Aitor no solo está salvada, sino que sus empleados afrontan ahora una mayor seguridad integrados en New Relic y sus accionistas han multiplicado la inversión que hicieron.

Además, el equipo de Ducksboard se mantendrá en Barcelona, donde New Relic ha decidido montar una sede de operaciones. Lo que estuvo a punto de convertirse en una pesadilla ha tenido un final feliz y, lo más importante, un futuro que pinta muy bien.

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