Universidad de Jóvenes Emprendedores y Creativos

El falso mito del genio emprendedor sin estudios

131 0 31 mayo, 2016

Steve Jobs, Mark Zuckerberg, Jack Dorsey, Arash Ferdowsi, Bill Gates… el mundo de la innovación está lleno de esas historias, del genio que deja los estudios y acaba creando una compañía millonaria. La versión actualizada del sueño americano, la génesis del mundo tecnológico, de la innovación, de Silicon Valley. Ahora, un estudio rompedor basado en casi un millar de encuestas a emprendedores demuestra que estos casos son, en realidad, la excepción que confirma la norma.

«Esperábamos que los innovadores tuvieran estudios del más alto nivel y estuvieran en la mitad de sus carreras profesionales», explican los autores —Adams Nager, David M. Hart, Stephen Ezell y Robert D. Atkinson— de The Demographics of Innovation in the United States, en un correo electrónico, «pero nos sorprendió increíblemente lo extensa que es esta tendencia». Según sus cálculos, sobre el 55% tienen un doctorado en ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas —STEM, en sus siglas en inglés— y la inmensa mayoría están en los 40 o los 50 años de edad.

Elaborado por el Information Technology and Innovation Foundation, su muestra consta de gente que ha ganado premios nacionales por sus inventos, registrado patentes tecnológicas o hecho grandes contribuciones a la ingeniería y la ciencia. Sorprende, también, la cantidad de extranjeros. Más del 35% de los innovadores han nacido fuera de EEUU, otro 10% tienen al menos un progenitor foráneo y un 17% no tiene la nacionalidad estadounidense.

Lamentablemente, resulta menos chocante la cantidad de mujeres. Solo son el 12% de este colectivo y tienen menos formación que sus pares masculinos. Tampoco la raza. Las minorías —asiáticos, afroamericanos, latinos, nativos…— son el 32% de la población total del país, pero solo suponen el 8% de los innovadores.

¿A qué se debe el mito fundacional del genio que deja los estudios? Los autores lo tienen claro. «Muchos de los jóvenes emprendedores e innovadores que han llegado al éxito sin finalizar sus estudios universitarios lo han hecho en el campo del software, debido a que para innovar no hace falta gran inversión, solo conocimiento de programación», razonan, «pero lo que demuestra nuestro estudio es que en los campos donde hace falta más capital humano y físico para innovar, se requiere una larga experiencia y frecuentemente la innovación está realizada por grandes compañías con muchos recursos dedicados a I+D».

Expertos en este campo, otro de sus estudios es una comparativa mundial titulada Contributors and Detractors: Ranking Countries’ Impact on Global Innovation. «Las políticas más positivas para fomentar la innovación son aquellas que incrementan la competitividad de una nación a la vez que crean beneficios para el resto del mundo», cuentan, «igual que invertir en innovación para mejorar la competitividad de una industria beneficia a todos los consumidores que vayan a comprar el producto mejorado; los beneficios de la I+D se transfieren del país o compañía que ha hecho la inversión hacia sus vecinos y socios comerciales».

España, en su análisis, tiene un gran sistema de impuestos para promover la innovación. Junto con Portugal y Hungría, está en el top tres. Pero, tanto el capital humano como el I+D o la tecnología, no están a la altura. Sus indicadores están por debajo de la media mundial y —mucho más— de la europea. «El país debería trabajar para incrementar su dinamismo económico, facilitando la labor de los emprendedores y la destrucción creativa para romper con los negocios tradicionales», aconsejan.

Los investigadores piensan que uno de los grandes problemas de la innovación en EEUU es el laissez-faire económico. «Necesitamos un mayor compromiso de la Administración con el I+D, ya que muchos no aceptan que el Gobierno tiene que jugar un rol importante en la innovación y creen que esta debe venir solo del mercado privado e ignoran las externalidades que vienen de no invertir lo suficiente en este campo», sentencian. «Es como los economistas conservadores, que argumentan que llevarse los trabajos fabriles al extranjero será bueno para la economía en el largo plazo».

Pero, como decía Keynes, «en el largo plazo todos estamos muertos».

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