Universidad de Jóvenes Emprendedores y Creativos

La literatura nos vuelve más inteligentes y empáticos

66 0 1 agosto, 2015

La “lectura profunda” es un gran ejercicio para nuestro cerebro y aumenta nuestra capacidad para ser empáticos en la vida real.

Gregory Currie, un profesor de filosofía de la Universidad de Nottingham, señaló en el New York Times que no debemos creer que la literatura nos hace mejores personas, ya que no hay “evidencia contundente que sugiera que las personas sean moral o socialmente mejores solo por leer a Tolstoi u otras grandes obras literarias”.

Actualmente esa evidencia sí existe. Raymond Mar, un psicólogo de la Universidad de York en Canadá, y Keith Oatley, profesor emérito de psicología cognitiva de la Universidad de Toronto, argumentan en estudios publicados en los años 2006 y 2009 que los individuos que leen ficción frecuentemente parecen ser capaces de entender mejor al resto, pueden empatizar con ellos y ver el mundo desde su punto de vista. Este vínculo incluso va más allá del estudio, ya que los investigadores consideran que las personas empáticas eligen leer más novelas. En un estudio del año 2010, Mar llegó a resultados similares con niños pequeños: mientras más historias les habían leído, más se agudizaba su “teoría de la mente”, o modelo mental de las intenciones de otros.

La “lectura profunda”, en oposición a la lectura superficial que generalmente hacemos en internet, es una práctica en peligro de extinción y que debemos intentar preservar, tal como lo haríamos con un edificio histórico o una obra de arte significativa. Su desaparición pondría en peligro el desarrollo intelectual y emocional de las generaciones que crecen conectadas, así como la perpetuación de una parte fundamental de nuestra cultura: novelas, poemas y otros tipos de literatura que pueden ser apreciadas por los lectores cuyos cerebros, literalmente, han sido entrenados para comprenderlas.

Recientes investigaciones en ciencias cognitivas como psicología y neurociencias, han demostrado que la lectura profunda, lenta, de inmersión, rica en detalles sensoriales y complejidades tanto emocionales como morales, corresponde a una experiencia totalmente distinta a la mera decodificación de palabras. Aunque la lectura profunda no requiere, estrictamente hablando, de un libro convencional, los límites propios de una página impresa son singularmente propicios para la experiencia de leer profundamente. Por ejemplo, la falta de hipervínculos en un libro, libera al lector de tener que tomar decisiones del tipo “¿debería hacer click acá o no?”, permitiéndole permanecer completamente inmerso en la narrativa.

Esa inmersión se sustenta en la forma en que el cerebro maneja el lenguaje rico en detalles, alusiones y metáforas: crea una imagen mental que se proyecta en el mismo lugar del cerebro que se activaría si la escena estuviera ocurriendo en la vida real. Las situaciones emocionales y dilemas morales que son propios de la literatura, también son un gran ejercicio para el cerebro, llevándonos a la mente de personajes ficticios. Los estudios incluso sostienen que esto aumenta nuestra capacidad de ser empáticos en la vida real.

Es probable que nada de esto ocurra cuando revisamos el sitio de TMZ. A pesar de que la actividad  tenga el mismo nombre, la lectura profunda de los libros y la lectura informativa que hacemos en la Web son muy distintas, tanto en la experiencia que producen como en las capacidades que desarrollan. Un creciente número de evidencias, sostienen que la lectura en línea puede ser menos cautivante y menos satisfactoria, incluso para los “nativos de la era digital” quienes están tan familiarizados con ella.

El año pasado, la Fundación Nacional para la Alfabetización Británica publicó los resultados de un estudio realizado en 34.910 jóvenes de entre 8 y 16 años de edad. Los investigadores indican que el 39% de los niños y jóvenes leen a diario usando aparatos electrónicos, pero solo el 28% lee material impreso diariamente. Aquellos que leían únicamente en una pantalla, eran tres veces menos propensos a decir que disfrutaban de la lectura, y un tercio menos propensos a tener un libro favorito. El estudio también arrojó que los jóvenes que leen a diario solamente desde una pantalla, tenían casi el doble de menos posibilidades de ser lectores sobre el promedio, en comparación a aquellos jóvenes que leen a diario material impreso o ambos tipos.

Para entender por qué debemos preocuparnos de que los jóvenes lean, y no sólo de si están leyendo o no, es útil saber un par de cosas acerca de la forma en que evolucionó la habilidad para leer. “Los seres humanos no nacieron para leer”, afirma Maryanne Wolf, directora del Centro de Lectura e Investigación en Lenguaje de la Universidad de Tufts y autora de Proust and the Squid: The Story and Science of the Reading Brain.  A diferencia de la habilidad para entender y producir lenguaje oral, que en circunstancias normales se desarrollará de acuerdo a la programación de nuestros genes, la habilidad para leer debe ser laboriosamente adquirida por cada individuo. Los “circuitos de lectura” que construimos provienen de estructuras del cerebro que evolucionaron con otros propósitos, y pueden ser débiles o sólidos dependiendo de la frecuencia con que los utilicemos.

Un ávido lector, sin distracciones y en sintonía con los matices del lenguaje, entra en un estado comparable a un trance hipnótico, de acuerdo al psicólogo Victor Nell, en un estudio de la psicología en la lectura por placer. Nell postula que cuando los lectores más disfrutan de la experiencia, el ritmo de su lectura disminuye. La combinación de una rápida y fluida decodificación de palabras, y un progreso lento y sin apuros de página en página, otorga a los lectores tiempo para enriquecer su lectura con reflexiones, análisis y sus propios recuerdos y opiniones. Les da tiempo para establecer una íntima relación con el autor, ambos cautivados en una extensa conversación, como dos personas enamorándose.

Esto no es leer como muchos jóvenes están aprendiendo a hacerlo. Su lectura es pragmática e instrumental; la diferencia entre lo que el crítico literario Krank Kermode llama “lectura carnal” y “lectura espiritual”. Si permitimos que nuestros hijos crean que sólo existe la lectura carnal, si no le abrimos la puerta a la lectura espiritual mediante una insistencia temprana de práctica y disciplina, los habremos privado de una experiencia agradable y muchas veces increíble que no conocerán de otra manera. Les habremos quitado la oportunidad de vivir una experiencia enriquecedora que los hará crecer como personas.  Al ver el apego de los jóvenes con los aparatos digitales, algunos educadores progresistas y padres permisivos hablan de la necesidad de “encontrarse con los niños donde ellos estén”, adaptando las instrucciones en torno a sus hábitos tecnológicos. Esto es un error. En lugar de eso, debemos mostrarles un lugar al que nunca hayan ido, un lugar al que sólo pueden llegar mediante una lectura de calidad.

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