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“La pandemia dejará secuelas importantes en la salud mental de los estudiantes, y si no se abordan tendremos problemas graves”

96 0 3 febrero, 2021

La labor de los orientadores educativos es más importante que nunca, pero la carencia de recursos humanos y de protocolos de coordinación dificultan una atención adecuada a los alumnos.

Si tuviera que buscar una palabra para definir la situación de los orientadores educativos en España, Ana Cobos, presidenta de la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación en España (COPOE), lo tiene claro: sería “precariedad”. La implantación de estos profesionales, esenciales en el desarrollo académico y personal de los estudiantes, varía mucho dependiendo del nivel educativo (presentes en casi todos los centros de Secundaria, pero solo en algunos de Primaria o de Formación Profesional) y de la comunidad autónoma, oscilando entre modelos mixtos (de apoyo externo en Primaria y presentes en los centros de Secundaria) y otros en los que sí se garantiza la orientación en el centro en todas sus etapas. “No tenemos mimbres para hacer el cesto; faltan orientadores para poder hacer una orientación de calidad”, afirma. Lo ha repetido otras veces.

La labor de los orientadores es multidisciplinar, y va desde la prevención del fracaso y el abandono escolar temprano, a la detección de necesidades educativas especiales, el asesoramiento psicopedagógico y la orientación sobre salidas laborales o alternativas de estudio. Pero va mucho más allá, y está (o debería estar) presente en todas las fases del aprendizaje. “La media, en España, es de un orientador u orientadora por cada 800 alumnos, y claramente faltan profesionales. Tendríamos que multiplicarlos por tres para poder acercarnos a la ratio recomendada por la Unesco, que es de 250 alumnos por orientador”, explica Cobos. Un número insuficiente que explica el descontento que los propios estudiantes albergan con respecto a la calidad del asesoramiento que reciben: un 94 % de los jóvenes de entre 18 y 25 años echaron en falta un mayor apoyo de orientadores y profesores sobre sus opciones profesionales, según un estudio publicado en 2019 por la Cumbre Mundial de la Innovación Educativa (WISE, por sus siglas en inglés).

Pregunta. ¿Se da a la orientación educativa la importancia que debería tener?

Respuesta. La orientación es una disciplina relativamente nueva, y todavía no vemos la importancia que tiene. El sistema educativo siempre se ha basado en la docencia, pero hay una parte educativa y no docente, que es donde entra la orientación, que hay que potenciar. Necesitamos estar muy alerta de todas las variables que existen y que pueden reducir el rendimiento. El sistema educativo debe ir mucho más allá de lo académico; debe potenciar el bienestar y la felicidad de las personas.

P. ¿Qué labor realizan los orientadores educativos?

R. Tenemos tres grandes ámbitos de actuación: la atención a la diversidad, la orientación académica y profesional y la acción tutorial. Esta última es el trabajo de todo aquello que rodea a lo académico y que, de alguna manera, lo influye. El alumnado de Secundaria tiene una hora semanal de tutoría lectiva, y los orientadores nos encargamos de coordinar que se den los mismos programas en todo el centro. Ahora, por ejemplo, estamos trabajando en mi centro el tema de la convivencia y de la paz, y la semana que viene serán las técnicas de estudio; la siguiente, aprovechando el día de los enamorados, las relaciones de pareja saludables desde una perspectiva de género, incluyendo los mitos del amor romántico, que están haciendo mucho daño en la gente joven porque promueven actitudes machistas que se están interiorizando. Aquí se trabaja, por ejemplo, haciendo un análisis de las princesas Disney, o revisando las letras de los reguetones.

Si te fijas, son temas colindantes a lo académico, porque lo influyen, que hay que tratar en grupo. Luego, de forma individual, también se trabaja haciendo intervenciones específicas: un niño o una niña cuyos padres se están separando, y que llevan mal la situación; un duelo en casa; alcohol y conducción; ansiedad y angustia debido a la pandemia; temas de educación sexual, con parejas que empiezan… Nosotros preparamos los programas y a veces los llevan a cabo los tutores; otras nosotros; o contamos con asociaciones o entidades que vienen a hacerlos.

P. ¿Qué labor se hace en torno a los otros dos ejes, el de la diversidad y la orientación académica y profesional?

R. En cuanto a la diversidad, se trata de que cada niño o niña tenga la respuesta educativa que necesita para poder avanzar al máximo en su desarrollo académico y vital, desde niños con trastorno del espectro autista (TEA) a otros con Asperger y un alto rendimiento intelectual, o menores con un trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDH), que pueden estar medicados y/o con psicoterapia. Los orientadores empezamos a trabajar incluso antes de la escolarización de los niños, para que aquellos que necesitan adaptaciones las tengan preparadas para el inicio del curso. Y cada vez que hay un cambio de etapa, vamos ajustando la necesidad de respuesta educativa, estudiando cada caso de forma individual y haciendo una evaluación psicopedagógica.

La orientación académica y vocacional de calidad es la que se empieza a hacer desde infantil, cuando se realizan programas para el conocimiento de las profesiones, y los niños y niñas se lo toman como un juego, cuando jugamos a los médicos, a las enfermeras, a los bomberos, a los policías, camioneros, peluqueras… Para que el niño o niña se ponga en la piel de esas personas. Es como un juego, pero suma. Luego se va avanzando hasta el primer momento clave, cuando está en tercero de la ESO y hay que escoger un itinerario. En cuarto de la ESO eligen entre Bachillerato o FP, y al final de Bachillerato, la carrera universitaria o la Formación Profesional Superior. En todo este proceso también estamos los orientadores.

P. Mencionaba antes la precariedad en el trabajo de los orientadores. ¿Debemos pensar que todo esto sucede siempre, o es más bien una declaración de lo que debería ser?

R. Este es el ideal de lo que hay que hacer. Hay centros donde sí ocurre, pero necesitamos más recursos. Faltan manos y es difícil llegar a tener calidad. Pero también es cierto que los números son una cosa y la realidad, a veces, es otra. Habrá centros con una población bien ajustada socialmente, de clase media, sin precariedad económica, donde a lo mejor se puede tener 400 alumnos por orientador y trabajar bien. Pero luego hay otros con una ratio de 200 donde no se puede, porque hay familias con familiares en prisión y problemas sociales importantes: desempleo, precariedad, drogadicciones… Al igual que, en su momento, hubo una apuesta de la administración educativa por la orientación, cuando se promovió la integración de los alumnos con discapacidad y se extendió la escolarización obligatoria hasta los 16 años, ahora necesitamos otro impulso: el de la calidad y la equidad.

Fíjate: de 2010 a 2016 ni siquiera se convocaron oposiciones para orientadores, que sí hubo ese año y en 2018. Pero necesitamos no solo reponer a los que se jubilan, sino aumentar el número. Tenemos un porcentaje altísimo de alumnos que empiezan una carrera y no la acaban, porque no tenían una buena información de lo que era… Según un estudio reciente de Bankia, aproximadamente el 50 % de las personas que empiezan estudios de FP de Grado Medio lo dejan, y esto es gravísimo. Y en la universidad, aunque en un porcentaje menor, también sucede.

El orientador se dedica a apagar fuegos. Somos como los TEDAX: cada vez que se encuentra una bomba en un centro, nos llaman. Si la desactivas, no pasa nada. Pero si va a estallar, te mata a ti la primera, porque estamos en la zona sensible de todos los problemas: que la madre de un menor se ha suicidado por la noche; que hay un niño o niña cuyo padre lleva abusando de él o ella desde los nueve años; que una niña tiene un ataque de pánico… a la orientadora. Y luego están los fuegos cotidianos, que hay que apagar y que llevan mucho tiempo.

P. ¿Cómo está impactando la pandemia de coronavirus en la orientación educativa?

R. La salud mental es algo sobre lo que hay que estar muy vigilantes, y de hecho se espera una situación bastante grave respecto a la salud mental, debido a las secuelas de la pandemia, y si no se abordan vamos a tener problemas graves y estructurales. Hay que poner medios para poder detectarlos de forma precoz: niños y niñas con problemas de salud mental relativos a la ansiedad; adicciones a las tecnologías (que está ocurriendo mucho); y problemas de sociabilidad, de autoestima e incluso de identidad, si tu identidad digital entra en conflicto con quien eres en la vida real. Todo eso nosotros lo trabajamos desde la prevención, con programas de acción tutorial en el aula.

También se deben coordinar los servicios de salud mental y educación. Necesitamos trabajar mucho más coordinados con los servicios sanitarios, con la Fiscalía y los Servicios sociales. Tiene que haber protocolos definidos para que esos niños sigan adelante y no se descuelguen del sistema, porque muchas veces los problemas sociales desembocan en el absentismo. ¿Qué hacemos con un niño cuando ya ni viene al centro escolar? Los servicios sociales están desbordados, y hay que meter mano ahí como sea. Y lo vemos venir, pero no se toman las decisiones. Hay que ayudar a esas familias, conseguir que se implique la Fiscalía e incluso, si es necesario, retirar a los menores de padres que no cumplan sus funciones parentales.

P. ¿Cómo se previene el abandono escolar temprano?

R. Cuando trabajamos con un niño la atención a la diversidad, desde chiquitito le vamos viendo ese problema que trae de tipo social, esa familia que no está implicada… Ya la maestra de Primaria, con seis años, te puede decir qué niños de su clase van a ir a la universidad. Parece una barbaridad, pero en muchos casos está determinado, porque ves al niño y a sus padres, y ves que es su contexto el que le está fallando.

Hay programas extraescolares para trabajar con esos niños y sus familias. Los centros están abiertos por las tardes, con programas para las familias con menos recursos y que los niños tengan clases particulares y de apoyo al estudio. También hay que despertar las vocaciones, y conseguir que se enamoren de una profesión. El trabajo de equipo es enorme, coordinándonos con los equipos directivos y el profesorado, porque a lo mejor un estudiante necesita que se le adapte el currículum, que se le exija menos o que se le prioricen unos contenidos en vez de otros. Ahora bien: esto es lo que se debería hacer, y se hace hasta donde nos lo permite la precariedad.

P. ¿Ayudaría en Primaria si, en vez de equipos externos de intervención, se garantizaran también equipos internos en los centros?

R. Claro que sí. Es que todo este trabajo que te digo se hace mucho mejor si formas parte de la comunidad educativa, si formas parte de esa realidad. Si cuando hay que apagar un fuego, el orientador ya está ahí, lo podrá apagar. Pero ¿y si sucede un martes, pero al orientador no le toca venir hasta el viernes?

P. Porque, en Primaria, un orientador tiene que atender a varios centros…

R. Sí, claro. Es lo que ocurre con los modelos mixtos. Y ahí, alcanzar la calidad es prácticamente imposible. El orientador que está en Primaria trabaja con los niños de educación especial, a los que hay que hacer diagnósticos, que llevan mucho tiempo (dislexia, altas capacidades intelectuales, TDH…), y luego facilitar el tránsito de sexto a Secundaria. ¿Dónde queda un posible problema que pueda surgir en cuarto? No es que no se atienda, pero la prioridad te está marcando cuál es el sentido de tu trabajo. Lo urgente aquí hace que lo importante, que es la prevención, se vaya quedando atrás.

P. ¿Cuál es la mejor manera de formarse para ser un orientador educativo?

R. Desde el COPOE lo tenemos claro: hay que estudiar la carrera de Pedagogía o de Psicología, continuar con el máster de formación del profesorado, de especialidad orientación; y seguirte preparando con el máster de Psicopedagogía y no dejar nunca de estudiar, porque la realidad es muy cambiante, y los problemas de ahora no son los mismos que hace 15 años.

Fuente: El País

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