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O’Really Open Source Award: El único español ganador de los ‘oscar’ del software

83 0 23 mayo, 2017

González, doctor en Telecomunicaciones y Robótica por la Universidad Autónoma de Madrid, encaja perfectamente en el cliché de, como él mismo reconoce, friki. Apasionado del código y de La Guerra de las Galaxias. Por eso sus compañeros de la mili le pusieron el mote de Obijuan, en alusión al maestro Jedi de Darth Vader y Luke Skywalker. Al teclearlo en Google, el primer resultado es la Obijuan Academy, una web donde sube tutoriales prácticos para enseñar, por ejemplo, a fabricar impresoras 3D. De nuevo, su obsesión por expandir el uso de la tecnología.

¿Qué diferencia a Obijuan de los cientos de defensores del código abierto que comparten el conocimiento de forma gratuita en internet? Él fue el primer español que se hizo con una impresora 3D para montar en casa, conocida como impresora 3D libre. Era el año 2009 y pagó 700 euros por ella. “Lo propuse en la Carlos III, donde daba clases en ese momento, y no lo veían. No sabían lo que era”. González fue un visionario: la suya fue la octava impresora 3D desmontable del mundo fabricada por la empresa estadounidense Makerbot.

Dos años después, Obijuan dio un paso más. Fundó en España la comunidad online Clone Wars, que hoy tiene más de 5.000 miembros, para dar a conocer y difundir el uso de las impresoras 3D capaces de replicarse a sí mismas. O lo que es lo mismo; impresoras que fabrican piezas para construir otras impresoras. La inspiración le vino de Adrian Bowyer, profesor de la Universidad de Bath (Reino Unido) que en 2004 creó la comunidad mundial RepRap, dedicada precisamente a eso. González cree que esa revolución es el principal motivo por el que hace dos semanas le concedieron en Austin, junto a otras cuatro personas, el O’Really Open Source Award, un premio creado en 2005 por Google y por Tim O’Reilly -autor del concepto Web 2.0 y uno de los máximos impulsores del código abierto-.

González predice que con las impresoras 3D sucederá lo mismo que con los ordenadores: todo el mundo tendrá una en casa. “Ya se pueden encontrar en el mercado impresoras desmontables por 150 euros. El objetivo no es fabricar objetos, sino ejercitar la creatividad”. Pone como ejemplo a su hija Alicia, de siete años. “Ya no me pide que la lleve de tiendas a comprar una pulsera, sino que ella dibuja lo que quiere y lo fabricamos en la impresora”. Para González la revolución está en no ajustarse a lo que ofrecen los fabricantes, sino crear en casa lo que se quiere. “Encontrar utilidad a las cosas nuevas siempre es difícil. Lo mismo sucedió con los ordenadores y hoy los usamos hasta para hablar”, explica.

Si de algo se siente orgulloso es de haber creado en la Carlos III un taller de impresión 3D fuera del programa académico. “Lo creamos en 2011 y se apuntaron estudiantes motivados, no había exámenes ni créditos”. De esas horas en las que exploraban juntos profesor y alumnos salieron grandes perfiles como el de Nieves Cubo, que con 25 años diseñó la primera máquina de impresión 3D de tejidos humanos y que hoy trabaja como investigadora en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “Una vez que entiendes el funcionamiento de las impresoras, puedes sustituir el suministro de plástico por células, y así fabricas piel”, comenta González sobre la hazaña de su discípula.

Modelos de anillo diseñados por la hija de Obijuan, de solo siete años.
Modelos de anillo diseñados por la hija de Obijuan, de solo siete años. Jaime Villanueva

El otro hit de la trayectoria de Obijuan son los robots educativos. La primera vez que se quedó atrapado por los autómatas fue a los tres años con los dibujos animados Mazinger Z. En la carrera dio uno de los primeros talleres que se organizaron en España de programación de robots. Enseñaba a sus compañeros de Telecomunicaciones cómo hacer robots autónomos capaces de desplazarse tras exponerlos a una luz o a una línea negra. De ahí pasó a diseñar en 2011 el primer robot imprimible del mundo. Lo presentó en un congreso de robótica educativa en Alemania. La novedad era que los estudiantes además de aprender programación a través de los robots experimentarían con el diseño de su estructura, de su cuerpo. “Esa es la grandeza del open source, que no es un producto cerrado y a partir de una maqueta se pueden evolucionar las piezas, hacer los cambios que se consideren e imprimir un robot nuevo, personalizado”, señala González.

Recuerda ese episodio como uno de los grandes logros de su vida. Se presentó en Alemania con un pequeño robot con un coste de 30 euros y al llegar a la feria todo eran grandes y sofisticadas máquinas humanoides. “Sentía el típico complejo del español”, recuerda. Pero tras su presentación se le acercaron decenas de extranjeros a felicitarle por su original y revolucionaria idea. Meses después encontró un vídeo en YouTube en el que un estadounidense de unos 50 años vestido de Boy Scout enseñaba tecnología a un grupo de chicos haciendo uso de su robot. “Ahí empezaron las mutaciones de mi pequeño robot por todo el mundo; la gente se descargaba mi diseño y sobre él hacía sus modificaciones”. En algunas de sus charlas, Obijuan despliega árboles genealógicos con las evoluciones de su primera creación.

El premio O’Really le ha llegado como una palmada en la espalda al trabajo bien hecho. Porque a veces piensa que su trabajo no le interesa a nadie. Ahora tiene claro que su próximo objetivo es conseguir una plaza en la universidad para dedicar más tiempo a la investigación. Quiere que la gente aprenda a diseñar sus propios chips y para ello ya ha lanzado una campaña de crowdfunding y ha recaudado 6.000 euros. “En la universidad no hay fondos, pero es el mejor lugar para crear siguiendo tus propios instintos y no los intereses de una empresa”, zanja.

http://elpais.com/elpais/2017/05/22/talento_digital/1495460665_886718.html?id_externo_rsoc=FB_CM

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